R. Opina: El terror nuestro de cada día. Parte 1: La Crisis Económica  

Posted by Spiral Route


De cómo los hechos son tratados como mitos,

y los mitos nos aplastan mediante el miedo.

 

Sigmund Freud tuvo varias intuiciones geniales, no importa que tan en desacuerdo estemos o no con él. Me valdré de dos para hablarles del tema. La primera es esta: lo que consideramos siniestro es, ante todo, algo familiar, cotidiano, que de pronto se nos vuelve extraño. La segunda es esta: Son tres las fuentes de la angustia en nuestras vidas, la naturaleza, los demás, y nuestro propio cuerpo.

 

Pues bien, siniestro y angustiante son dos características que asociamos a un sentimiento universal: el miedo. Y ese, creo yo, es el sentir que se  nos está inoculando a niveles violentísimos en este momento como cosa cotidiana, normal, cuando en realidad es una violación continua a uno de nuestros derechos más importantes después del de estar vivos, que es justamente el de vivir con dignidad.

 

Lo que hoy pondré sobre el tapete para ilustrar el punto será la crisis económica (llamada en algunos medio masivos ya como “La Gran Recesión”). Aclaro que no quiero minimizar ni jugar a que ésta no es grave en términos reales, porque lo es. Lo que quiero es que nos detengamos en cómo esta realidad está siendo usada sin escrúpulo en nuestra contra por grupos de poder con intereses muy específicos a través de los medios de comunicación, nuestras redes sociales, y si vale decirlo, nosotros mismos.

 

La crisis del capitalismo que estamos atravesando se levanta como una sombra de horror sobre el futuro de millones, y eso es real. Empleo, educación universitaria, un futuro digno – esas cosas que desde siempre son privilegio de pocos, en el siglo XXI lo serán de aún menos. Gracias hay que darle a la infinita ambición y despilfarro de las grandes corporaciones transnacionales o las industrias de entretenimiento, a la especulación de entidades financieras que hicieron fiesta con dinero que nunca fue suyo y que, mejor aún, nunca existió, sumados a la nada ejemplar estupidez de las administraciones Bush Jr. (God blesses what America?). Se sabe que este sistema económico es frágil, que tiene crisis periódicas, que el modo en que se estaba dando el “crecimiento” desde mediados de los noventas no era sostenible. Pero nadie de los que de verdad podía hacer algo escuchó. Así, cerraremos la primera década de esta centuria muy a la altura de como terminó el siglo veinte: los ricos concentrando aún más riqueza a niveles cuya obscenidad era inimaginable hace treinta años, la proporción de gente en la miseria –incluso en el mundo desarrollado- más alta que nunca, y la amenaza de un colapso ambiental planetario siempre como telón de fondo. Una situación donde si uno cae todos lo hacen con él, el éxito total del modelo de globalización desigual que, hace menos de diez años, era pintado como el redentor final de nuestra especie peregrina  por los mismos medios de comunicación que hoy no publican nota sin usar la palabra “crisis” varias veces.

 

La Crisis. Está en todas partes. Ataca a toda la gente con todos los métodos posibles. No tiene rostro visible, ni responsables directos. Se manifiesta como una presencia siniestra en tu lugar de trabajo, en el supermercado, en los noticiarios, en las conversaciones con tus amigos. Si no te avispás, si no te adaptás bien a las cosas tal y como son, te va a destrozar a vos también en cualquier momento, y aún así no tenés garatía. Así es como nos la inyectan a diario, así es como los grupos en el poder (sí, esos fulanos en Costa Rica o algún otro país que aún son ricos y seguirán siéndolo) quieren que la pensemos.

 

¿No les parece “sospechosamente” semejante el manejo que hacen los medios de la crisis hoy al que hicieron del terrorismo hace unos seis o cinco años? Repasemos: el terrorismo era una amenaza inminente que estaba en todas partes, lista para atacar, ejercida por resentidos sociales –preferentemente practicantes de alguna forma extremista del Islam- listos para acabar con un Occidente “inocente y progresista” que no entendía por qué le atacaban con tal saña (¡lo que es la amnesia histórica!). Tenía un rostro satánico y visible: el cada vez desaparecido, y en apariencia perezoso, Osama Bin Laden (“¿Quién?”dirían muchos). Pero él tenía vicarios en todo el mundo, usualmente esos desagradables tipos morenos, de nariz grande, barba, acento extraño y poco amor por el cristianismo y el capitalismo, que podrían estar infiltrados en cualquier parte de lo mundo. [Ahora que lo pienso, este servidor estuvo sólo a una barba de cumplir a cabalidad con este perfil].

 

Así, pues, a principios de década el mito del Demonio, el Mal personificado, mutaba para tomar forma Islámica, tercermundista y anticapitalista. Pero, la imbécil administración que contaminó a la política internacional y a la consciencia colectiva con su respuesta desproporcionada de  tinte religioso ante una amenaza provocada por el mismo capitalismo supo  desacreditarse con relativa rapidez, y vemos de pronto que ningún titular habla de terrorismo. ¿Los alcanzó a ellos la crisis también? ¿Se ha quedado el Mal sin financiamiento? ¿Ha tenido que hacer Al-Qaeda recortes de personal?  No lo creo. La lógica es que la violencia aumente con la desigualdad en las sociedades, como en efecto lo está haciendo. Pero a nivel global, sencillamente hay como una parálisis en la acción de este Demonio. Nadie ha declarado el fin de la guerra al terrorismo; ya volveremos a oír de ella. Pero lo que creo, simplemente, es que el Mal, el rostro del Terror, ha cambiado de nuevo a una forma cuya eficacia no tiene precedentes.

 

Ahí es donde entra la crisis. No la real, cruel e inhumana que está dejando a muchos sin futuro, que destroza sueños a diario, la que apenas deja a millones comer y hace que cientos se unan a diario a la lista del hambre. No. Hablo de la que está en los medios masivos y en las conversaciones de calle, la que esgrimen  hoy los poderosos para justificar sus crímenes, esa otra que es el nuevo nombre del Mal.

 

Líneas arriba la he descrito. Aparece como motivo cada día para despidos, recortes de personal, aumentos de precios, restricción en los préstamos, llamados al ahorro, o para que la grandes corporaciones efectúen su pantomima de ecologismo hipócrita. Nuevas alianzas entre los estados y las grandes corporaciones. Todas medidas razonables que, sin embargo, están siendo usadas desmedidamente por muchos sectores  para justificar abusos nada razonables. ¿Quién cuestiona a las transnacionales que despide empleados tras gastar en viajes de lujo o aviones privados hace  un par de años? ¿Ganan de verdad menos los ejecutivos? ¿Quiénes son esos que aún van a los hoteles en Dubai? ¿O los que se están ahorrando miles de millones al despedir gente con una “buena excusa” y malas garantías mientras fusionan sus empresas? Acá en Costa Rica, el gobierno dice que para protegernos de la crisis debe reducir el presupuesto para las universidades públicas,  y seguir adelante con las privatizaciones, venderle más playas a los extranjeros, asfixiar más el bolsillo de los pobres. ¿Qué clase de protección es esa?

 

Les hablaba al principio de lo siniestro, de cuando lo familiar se vuelve ajeno. Pregunto, ¿es o no siniestro ver cómo aquello con lo que comías un mes no alcanza ya para quince días? ¿Trabajar ya no para ser alguien o hacerte un futuro, si no para sobrevivirle a un mezquino presente en el que mil cosas del entorno se empeñan en hacerte sentir que no sos nadie? ¿Ser un padre o una madre que no sabe qué podrá o no darles a sus hijos pese a su duro trabajo? Es siniestro, eso digo, y perverso. En este sistema que se nos desmorona ante los ojos, decían hace un par de años que la codicia no era ningún crimen; era el pecado favorito de los corredores de bolsa. Sin embargo, he aquí que en la situación actual, lo que sí es casi pecaminoso es no ser privilegiado y aún así atreverse a soñar. “Soporta y abstente” dirían  los altos ejecutivos y los políticos con sonrisa benévola y un garrote, si tan sólo supieran de filosofía.

 

En términos prácticos se nos dicen que este duro período habrá terminado dentro de más o menos un año. Es un poco difícil de creer cuando quienes los dicen (banqueros, financista, el “emperador” FMI) fueron los mismos que cerraron la boca cuando vieron venir la crisis, y que tras la invasión de Iraq auguraban  una década de crecimiento continuo en la economía. Pero digamos que esta vez dicen la verdad porque también están hartos, porque quieren salvar su cuello de paso. Las consecuencias seguirán por mucho tiempo. Y una de ellas será este legado de dejarnos un arquetipo poderoso, el de la economía como nuevo Demonio.

 

El Satán de la Edad Media es el modelo del que parten estas formas de Mal, que comparten con el Dios déspota de esos tiempos las cualidades de ser omnipresente e incontenible. Ahora, tras cientos de años de refinamiento técnico e ideológico, los hechos de la Recesión son esgrimidos como una especie de fuerza sobrehumana, como algo que hay que soportar cual castigo divino sin cuestionar a los humanos que son sus únicos causantes verdaderos. Como algo contra lo que no se puede luchar ni reclamar. Baste ver  un solo noticiario, abrir un solo periódico, escuchar una sola conversación en un bus, y no necesitaré demostrarles mi punto.

 

La sensación de impotencia que esto conlleva –esa que puede que usted, lector o lectora, sienta, esa que me llevó a escribir estas líneas- es un arma poderosa para los intereses de aquellos que sí pueden hacer algo y lo harán, pero no por nosotros. Y esa es, creo, la primera cosa que hay que combatir en nosotros mismos para llevar a cabo aunque sea una rebelión interna y cotidiana, una resistencia en nuestra mente y actitud. El panorama es oscuro, pero sé que tiene salida; parece que la corriente de la miseria quiere privarme de mis sueños, pero no renunciaré a ellos; hay gente responsable de este terror que le arrebata la sonrisa a los que me rodean, y no dudaré en denunciarlos u oponerme a sus mentiras, sea en las calles o en las conversaciones de sobremesa.

 

Ellos esgrimen una desesperanza a la que quiero oponer mi dignidad e inteligencia, aunque sea una batalla perdida ante los ojos de quienes creen que ser humano es prosperar, lograr, enriquecerse o bañarse en el prestigio dado por tus cordiales enemigos. No. La invitación que le hago, lector o lectora, es a que afrontemos los hechos con esa dignidad y esperanza de la cual los mitos de los poderosos quieren privarnos. Si no lo hacemos… ¿habrá modo de vernos humanamente en el espejo dentro de unos años?


Esteban Alonso Ramírez

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1 comentarios

Anónimo  

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19 de febrero de 2010, 22:33

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